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Crisis financiera
 
El doctor Kagalitsky en Washington

Rusia necesita que Occidente la deje
en paz

La economía rusa ha implosionado. Uno de los principales asesores económicos de la Duma, Boris Kagarlitsky no se anduvo con rodeos cuando el 10 de setiembre pasado le dijo al Subcomité de Banca del Congreso de Estados Unidos: "hay una única cosa que necesitamos de Occidente ahora, que nos dejen en paz". A continuación se publica la exposición que realizara en esa oportunidad.

por Boris Kagarlitsky


En primer lugar deseo subrayar que sería sumamente inapropiado calificar de "ayuda" los créditos concedidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) a Rusia. Se trata de créditos por los cuales Rusia debe pagar. Si bien parecen más baratos que los de los mercados financieros, el gobierno ruso debe aceptar las condiciones formuladas por los ideólogos y autoridades responsables del FMI.

Hasta ahora Rusia ha seguido en general las instrucciones del FMI y de otras instituciones financieras internacionales. Ha habido algunos desacuerdos menores, pero básicamente el FMI ha aceptado y apoyado las políticas económicas del gobierno ruso, mientras que éste ha aceptado los principios básicos y el asesoramiento de aquél. Son esas decisiones las que llevaron al caos actual, que no sólo provocó el colapso total de la economía rusa, algo sin precedentes en épocas de paz, sino que también está acercando a la economía de todo el mundo a un estado de recesión.

El colapso del mercado de deudas, en la primera mitad de agosto, sobrevino aun cuando el FMI acababa de comenzar a efectuar los pagos a Rusia en uno de los mayores paquetes de "rescate" de la historia. Junto con la devaluación que siguió, la conmoción marcó la falla definitiva de las estrategias claves que el FMI y los principales gobiernos del mundo habían exigido a Moscú a lo largo de gran parte de los años 90.

El gobierno ruso nunca discutió los programas económicos con su propia gente ni con el parlamento; siempre fue al FMI al que se dirigieron todos los documentos básicos. Fue el FMI el que sistemáticamente trabajó con las élites rusas, asesorándolas y apoyándolas públicamente. Los dirigentes del Banco Central de Rusia, personalmente responsables de la catástrofe financiera en la Rusia de hoy, siempre disfrutaron del apoyo político de los expertos del FMI, quienes señalaron el "profesionalismo" de los funcionarios rusos.

Las políticas del FMI se basaron en la noción de que una moneda más fuerte automáticamente conduce a una economía más fuerte. La moneda debe fortalecerse a cualquier precio, incluso la disminución de la producción, el empobrecimiento de la población y hasta la desaparición de los servicios más básicos en los ámbitos de la atención de la salud, la educación y la seguridad social.

Los ideólogos del FMI tenían la convicción de que la emisión de papel moneda por el gobierno nacional era la única fuente de inflación, y al mismo tiempo no consideraban a los empréstitos gubernamentales como una fuente potencial de inflación. El gobierno ruso incluso registró el dinero prestado en 1997 como "ingresos presupuestales". Los teóricos del FMI también insistieron que la privatización conduciría automáticamente a un mejor manejo de las industrias y menor gasto gubernamental.

Ya en 1992 o 1993, estas medidas tuvieron consecuencias desastrosas. Como se reconoció en un informe emitido en 1994 por Viktor Polivanov, ex jefe del organismo de privatización, en los hechos la calidad de la administración siguió igual o empeoró. Ninguna compañía grande había demostrado mejoras visibles en el desempeño. Paralelamente, el gobierno perdió las entradas provenientes de compañías públicas rentables que habían sido su principal fuente de ingresos. Los nuevos dueños eran incompetentes, a menudo carecían de capital para las inversiones necesarias y convirtieron las compañías en dominios personales semifeudales. En muchos casos, la vieja burocracia soviética permaneció a cargo, pero desapareció el viejo sistema soviético de control externo. Por supuesto, también hubo casos exitosos, pero generalmente en pequeñas compañías en las que no se requería un uso intensivo de capital.

Mientras que, en términos generales, el desempeño de las compañías privatizadas se deterioró, el estado se enfrentó a crisis presupuestales permanentes. Siguiendo al pie de la letra las instrucciones del FMI, el gobierno consideró a los impuestos como la única fuente legítima de ingresos, pero los impuestos nunca llegaron. Para cubrir el déficit fiscal, el gobierno tuvo que reducir los servicios y aumentar los impuestos. Eso inevitablemente llevó a un deterioro aún mayor de la actividad empresarial. El poder adquisitivo de la población siguió siendo bajo, la inversión privada fue casi inexistente y la inversión pública bajó constantemente. La paradoja, sin embargo, es que dada la falta de inversión privada, el estado, no importa cuánto redujo su gasto, siguió siendo el principal inversionista de la economía.

En el período entre 1994 y 1998, no obstante, el gobierno logró estabilizar el rublo. Los métodos utilizados fueron el empréstito estatal sobre los mercados financieros internacionales y nacionales, y el incumplimiento del pago de los salarios. Al 1 de agosto de 1998 había 75.840 millones de rublos de salarios impagos en el país (es decir, aproximadamente 12.500 millones de dólares). Actualmente el gobierno ruso pretende culpar a los gerentes de las empresas por los atrasos en los salarios. Si bien es claro que el incumplimiento jugó un papel decisivo en la supuesta victoria en la lucha contra la inflación, no es cierto que la falta de pago de los salarios sea exclusiva responsabilidad de los gerentes de las compañías privadas; el 19,6 por ciento de este dinero debería haber venido del presupuesto fiscal.

Esta situación de incumplimiento en el pago de los salarios contribuyó a bajar el poder adquisitivo de la población y redujo la cantidad de dinero en circulación, lo que ayudó a estabilizar los precios. Aun sin detenerse a discutir el aspecto moral de esas prácticas, resulta claro que también provocaron la gradual desintegración del mercado interno y a disminuir aún más la producción (los datos relativos al atraso en el pago de los salarios en Rusia se ofrece como complemento de este texto). Si bien el gobierno ruso y las instituciones financieras internacionales proclamaron en 1997 el comienzo del crecimiento económico, la realidad fue bastante diferente. Se suponía que el crecimiento del año pasado fue del 0,5 por ciento, pero los propios estadísticos oficiales admitieron que sus cifras eran exactas ¡sólo entre más menos dos por ciento! La mejor interpretación que se podría hacer es que en 1997 el decrecimiento fue sustituido por el estancamiento.

Luego, en la primavera de 1998, la economía comenzó otra vez a contraerse. Según la información brindada por los sindicatos, los ingresos reales de los trabajadores cayeron un nueve por ciento en la primera mitad de 1998. Los atrasos del pago de los salarios también aumentaron, y la deuda salarial del Estado aumentó más del doble del índice de atraso general (la deuda del Estado en ese rubro aumentó en agosto más de 14,6 por ciento respecto de la cifra de julio, comparado con un aumento general del 6,5 por ciento).

Los más afectados fueron servicios tales como la atención de la salud (un incremento del 33 por ciento en la falta de pago), la cultura y el arte (28 por ciento), educación (17 por ciento), vivienda (10 por ciento), programas científicos y de investigación (siete por ciento) y servicios a la comunidad (3,8 por ciento). Las condiciones de vida de la gente se deterioraron y al mismo tiempo se recortaron los servicios públicos. Eso implicó que allí donde el Estado dejó de brindar servicios no hubo un inversionista privado que los cubriera porque sencillamente la gente no tenía dinero con qué pagarlos. Las escuelas no tienen suficientes textos, los edificios están derruidos y en muchas aldeas simplemente las escuelas están cerrando. También ha disminuido la cantidad de estudiantes universitarios.

Los empréstitos gubernamentales se convirtieron en una especie de droga a la cual las élites gobernantes se hicieron adictas. Urgido por sus asesores extranjeros, el gobierno creó un mercado de bonos del Estado a corto plazo. Las ventas de esos bonos permitiría al gobierno bajar sus déficit y amortiguar los aumentos de precios. Los ministros del área económica apostaron a que una inflación más baja alentaría la inversión y promovería el crecimiento económico, y en la medida que el sistema tributario mejorara, resultaría en mayor ingresos para el Estado. Se esperaba que con eso el gobierno podría pagar la deuda adicional.

En los hechos, este esquema resultó lleno de agujeros. Los prestamistas -al principio exclusivamente instituciones financieras rusas pero después también varias extranjeras- entendieron desde un comienzo que prestar al gobierno ruso era una propuesta riesgosa. Si iban a apostar a un juego sumamente peligroso en la ruleta financiera, exigían grandes retornos. La tasa de interés real anual del mercado de bonos de Rusia llegó a superar en cierto momento el 100 por ciento.

Si el Estado estaba dispuesto a conceder a los prestamistas abultados retornos sobre préstamos de tres o seis meses, ¿por qué iban a invertir en proyectos de largo plazo en los que hubieran tenido que dejar el dinero parado durante años, correr con riesgos similares y encima tener retornos mucho menores? De esa forma la inversión privada en la economía real prácticamente fue exterminada. El deterioro económico continuó, deteniéndose sólo durante un periodo a mediados de 1997.

El gobierno quedó enganchado en las deudas a corto plazo. La única forma en que podía cubrir los pagos de sus bonos era pidiendo prestado más y más dinero. Como los adictos a las drogas, la administración no era capaz de imaginarse la vida sin los empréstitos, pero también necesitaba dosis cada vez mayores de fondos en préstamo. Las operaciones financieras del Estado comenzaron a asemejarse a los tristemente célebres fondos de inversión del "esquema pirámide" de comienzos de los años 90, con los cuales los crédulos e imprudentes perdieron su dinero.

Inevitablemente, se llegó a un punto en que sencillamente no había dinero en el presupuesto para seguir pagando los intereses de la deuda. A mediados de 1998 se anunció que no menos del 30 por ciento del presupuesto se destinaba a ese propósito. Los economistas calcularon que de continuar esa tendencia, para el año 2000 más del 60 por ciento del presupuesto sería para eso.

Ahora bien, las autoridades económicas del gobierno ruso de principios de los 90 habían contemplado el crecimiento y la caída de los esquemas pirámide con tanto horror como cualquiera. ¿Por qué entonces fueron a caer en el mismo tipo de embrollo? Una gran cuota de la responsabilidad compete al FMI, que no sólo alentó en los dirigentes rusos la ilusión de que derrotar la inflación los llevaría automáticamente de la mano al crecimiento, sino que sus voceros también alimentaron la concepción errónea de que si las cosas empeoraban había cantidad de dinero en el sistema financiero mundial como para sacar del apuro a los rusos.

El gobierno ruso, por supuesto, no se basó solamente en el dinero prestado para reducir su déficit. La tenaza se apretó en el gasto público, incluida la inversión, pero mientras tanto, el gasto de las instituciones financieras, tanto públicas como privadas, fue una bacanal de despilfarro. El Banco Central de Rusia y el Banco Estatal de Ahorro, de propiedad pública, construyeron enormes rascacielos. Se incrementó el personal y se pagaron mayores salarios. La prensa rusa nos dice ahora que el dinero prestado por el FMI fue utilizado para pagar todos esos lujos. No obstante, el FMI y sus expertos en Rusia nunca cuestionaron los gastos de las instituciones bancarias. Sólo pusieron énfasis en la necesidad de gastar menos en educación, bienestar social, atención de la salud, etc.

Es importante señalar que el Ministerio de Hacienda fue una de las instituciones más corruptas del régimen ruso, que de todas maneras es famoso por su corrupción. Los funcionarios del Ministerio están siendo ahora investigados, y ya se efectuaron algunas detenciones, como por ejemplo la del viceministro de Hacienda, Vladimir Petrov. Sin duda habrá más.

La malversación de los fondos provenientes de las instituciones financieras internacionales es bien conocido; fue informado en la prensa rusa y discutido en el parlamento. Tal vez el ejemplo más notorio fue la desaparición, sencillamente, de los 5.000 millones de dólares del Banco Mundial destinados a la reestructura de la industria carbonífera.

La guerra de Chechenia tampoco detuvo al FMI y otros prestamistas internacionales. Es muy obvio que los créditos concedidos al gobierno del presidente Boris Yeltsin fueron utilizados para garantizar la supervivencia política del gobierno en un contexto de creciente resistencia.

Las condiciones que impusieron el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones financieras occidentales a sus contrapartes rusas nunca significaron demasiado. ¿Cómo se puede hablar de las debidas salvaguardias cuando es obvio que la fuga de capitales de Rusia superó en mucho las sumas suministradas en forma de crédito por las instituciones financieras internacionales y los mercados financieros del mundo? En gran medida es el mismo dinero que deja inmediatamente el país a través de los bancos privados que trabajan con organismos gubernamentales. Es imposible imaginar que los expertos del FMI no estén al tanto de estos hechos, que cualquier almacenero de Moscú conoce. Por el contrario, los expertos occidentales siempre insistieron en la necesidad de establecer mercados abiertos y reglamentaciones liberales de las transacciones financieras internacionales. Esto en Rusia significa no sólo una luz verde a la fuga de capitales sino también excelentes perspectivas para la mafia.

No es casual que los mercados financieros rusos se hayan convertido en uno de los principales centros de lavado de dinero del narcotráfico internacional. Pero nada de esto ha detenido al FMI y a instituciones similares en su insistencia de mantener libres los controles.

Los créditos exteriores no salvaron a Rusia ni impidieron la crisis actual. Por el contrario, la provocaron. Al mismo tiempo, las condiciones impuestas a Rusia por el FMI y otras instituciones financieras impidieron a las autoridades rusas buscar soluciones realistas a los problemas del país utilizando recursos internos, que incluso ahora son impresionantes. El FMI creó la situación en la cual los bancos y el comercio crecieron a expensas de la industria, en que se desperdiciaron las enormes posibilidades del sector público, y en que los rusos desarrollaron una comunidad empresarial totalmente desinteresada de los proyectos económicos nacionales a largo plazo.

Es muy posible que la principal preocupación de las autoridades del FMI no sea la prosperidad de Rusia sino la de la comunidad financiera occidental, que hizo mucho dinero con nuestra crisis. Pero si las autoridades del FMI adoptan esta actitud, adolecen de una gran miopía. La caída del rublo demuestra que la economía compradora que surgió en nuestro país es un problema no sólo nuestro, sino también de los demás. Las compañías estadounidenses ya no hacen más dinero en Rusia, sino que están perdiendo.

En 1994-97 el rublo estaba fortalecido con relación a las monedas occidentales. La inflación cayó en un 14 por ciento en 1997. Los comentaristas escribieron profusamente sobre la "estabilización". Pero la recesión se acercaba. En mayo de este año, cuando los analistas de inversiones calibraron las verdaderas posibilidades del gobierno ruso, el mercado bursátil hizo crisis.

Los inversionistas extranjeros iniciaron una estampida para sacar el dinero del país. El gobierno se ubicó en una posición financiera muy difícil. "Cada semana pagábamos de 6.000 a 7.000 millones de rublos (poco más de 1.000 millones de dólares) en bonos del Estado a corto plazo, o 35.000 millones al mes", recordó el ex primer ministro Sergey Kiriyenko, después de su destitución. "Pero los recibos presupuestales de mayo fueron sólo de 20.000 a 21.000 millones". Los atrasos en el pago de los salarios se acumularon en la medida que los fondos estatales destinados a tal fin se desviaron para pagar los intereses de la deuda; como resultado, se multiplicaron las protestas de los trabajadores.

Los intentos por mejorar la recaudación fiscal obtuvieron magros resultados. Mientras tanto, los potenciales prestamistas comenzaron a perder interés. Incluso a tasas de interés astronómicas, la oferta de bonos estatales comenzó a ser ignorada.

Para pagar los bonos vencidos e impedir un derrumbe del rublo, las autoridades estatales comenzaron a realizar ventas masivas de divisas. Esto, no obstante, fue un recurso desesperado que no podía sostenerse más allá de algunos meses. Para recuperar la confianza y lograr reanudar la venta de bonos, el gobierno comenzó a buscar un préstamo enorme de organismos financieros internacional. Finalmente, a mediados de julio consiguió 22.600 millones de dólares, en su mayoría del FMI.

Para fines de julio el FMI hizo una primera entrega del dinero. En las semanas siguientes se entregaron 3.800 millones de dólares de esos fondos a los tenedores de bonos. Luego, la pirámide de la deuda se hizo trizas.

Si bien este colapso era una certeza matemática, diversos factores contribuyeron al momento en que se hizo efectivo. El más citado fue una brusca caída, a principios de agosto, de los precios mundiales del petróleo, que es el mayor rubro de exportación de Rusia. Pero aún antes de esto, la economía rusa ya había empezado a hundirse. Según cifras oficiales, el Producto Interno Bruto (PIB) de Rusia cayó a un nivel de 4,5 por ciento por debajo del registrado en el mismo mes el año anterior. La producción industrial se redujo 9,4 por ciento en julio de 1997, y la producción agrícola en un catastrófico 16,7 por ciento.

El empinado descenso de la economía real aumentó las presiones sobre el sector bancario al mismo tiempo que los bonos a corto plazo del Estado carecían prácticamente de valor como fuente de liquidez. En tanto los banqueros habían tenido una razonable certeza de que el Estado pagaría los bonos, una de las formas habituales de los bancos para conseguir efectivo había sido vender bonos o utilizarlos como colateral para los préstamos. Pero cuando los banqueros analizaron la posición financiera del gobierno a principios de agosto, su miedo se transformó en pánico. Repentinamente, muchos bancos rusos estuvieron en un grave problema financiero.

Los intentos de apuntalar el rublo estaban ahora condenados. El gobierno podía devaluar la moneda inmediatamente y mantener intactas las reservas de oro y de divisas que le quedaban, o postergar la devaluación tal vez cuatro o cinco meses, pasados los cuales habría perdido sus reservas definitivamente.

La pirámide de la deuda estatal rusa, construida sobre los mismos principios que las pirámides privadas de Rusia y Albania, finalmente se derrumbó. Los banqueros quedaron sin habla cuando se enteraron de que el gobierno no pagaría sus bonos. En lugar de dinero, daría a los bancos nuevos activos estatales que supuestamente tenían mayor valor. Los pagos de las deudas externas privadas de las empresas rusas se congelaron durante 90 días.

Actualmente en Rusia se desencadena una crisis de las élites. Ni el colapso de la economía ni el empobrecimiento de la población ni la caída de la producción representaron problemas graves para este sector de los rusos. Ellos estaban preocupados por otras cosas y no les importaba porque habían logrado sus objetivos. Se habían apoderado de los recursos más ricos del país y se los habían repartido, y habían cumplido con las exigencias de las instituciones financieras occidentales. Pero al final resultó imposible continuar por ese camino. El sistema bancario rápidamente se está tornado ingobernable, revelando la verdad de la conocida tesis marxista de que el estado de la producción determina el estado de las finanzas, y no al revés. Llevados por su presentimiento, los inversionistas occidentales se precipitan a sacar su dinero y abandonar el país. Yeltsin está reorganizando precipitadamente las fuerzas de seguridad, que se parecen cada vez más a la KGB soviética.

Los mecanismos del mercado están paralizados y la clase capitalista rusa (si alguna vez la hubo) está en bancarrota, política y económicamente. El sentimiento predominante es la rabia. Nadie confía en las instituciones oficiales. La mayor parte del apoyo a Yeltsin es ahora externo. Esto significa que el FMI y el Grupo de los 7, que lo apoyaron, le dieron dinero y dictaron sus políticas económicas, también están en crisis.

El FMI dio su dinero en forma de préstamos, los que todavía tienen que ser reembolsados. Pero de la forma en que las cosas se están procesando, ese reembolso podría estar en duda. Vale la pena recordar a los banqueros occidentales que después de la caída de la dinastía Romanov no hubo nadie que pagara las deudas del zar.

No obstante, el FMI dio recientemente otro crédito a Rusia para diferir la devaluación. Y parece que incluso después de la caída del rublo el FMI seguirá entregando dinero. Es que simplemente no tiene otra opción. Pero para prestar dinero primero que nada tiene que obtenerlo de alguien más. Los directores del FMI ya pasaron el sombrero buscando nuevas contribuciones de países donantes, principalmente Estados Unidos. Los directores del FMI están en la misma trampa que el gobierno ruso. Son rehenes de decisiones anteriores, y sobre todo son rehenes del neoliberalismo. El gobierno de Estados Unidos también está atrapado. El costo de mantener la "estabilidad" de Rusia aumenta constantemente. El "principio taxi" que funciona aquí era familiar para los ciudadanos soviéticos de la época de Leonid Brezhnev: cuanto más largo el recorrido, más cara la tarifa. Y los recursos financieros de Estados Unidos tienen límites.

Durante la década del 90, el modelo económico neoliberal fue aplicado a escala mundial. Como resultado, el FMI y el Banco Mundial comenzaron a desempeñar aproximadamente a escala mundial el mismo papel que alguna vez desempeñara el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética para el "bloque comunista". Los expertos del FMI y el Banco Mundial deciden qué hacer con la industria del carbón de Rusia, cómo reorganizar las compañías de Corea del Sur y cómo administrar las empresas de México. A pesar de todo lo que se dice sobre el "mercado libre", en la práctica nunca se ha visto tanta centralización. Hasta los gobiernos occidentales se ven forzados a reconocer esta autoridad paralela.

Pero este éxito espectacular dio origen a problemas no menos espectaculares del tipo inherente a un sistema hipercentralizado. La cuestión no es que el modelo neoliberal del capitalismo condena a la mayoría de la humanidad a una pobreza desahuciada y a los países de la "periferia" a la dependencia de los del "centro". Esos temas "morales" e "ideológicos" no pueden alterar a "gente seria". El problema es que el precio de los errores se está haciendo increíblemente elevado. Los enormes recursos de que dispone el FMI hacen posible "estabilizar" la situación y la Unión Soviética se derrumbó.

En Rusia, las instituciones financieras internacionales no son observadores pasivos. Tienen total responsabilidad por lo que se hizo en nuestro país. Todas las decisiones importantes que llevaron a la crisis de hoy fueron tomadas conjuntamente con ellos. Las políticas actuales también se acuerdan con ellos. Es por eso que harán todo lo que esté a su alcance para mantener la situación actual. Tal vez sea motivo de orgullo nacional saber que el FMI está más interesado en Rusia que en algún país africano empobrecido por sus "sabias" directrices. Los patriotas rusos creen sinceramente que Occidente hace todo esto deliberadamente para jugarnos sucio. Ya no existen más "occidentalizadores" que crean que los países de Occidente quieren ayudarnos.

Mientras tanto, Rusia, como a principios de siglo, se ha convertido nuevamente en "el eslabón débil del capitalismo mundial". El alma rusa, el "colectivismo" místico y otras peculiaridades nacionales no cuentan en absoluto aquí. Nuestro país ha venido a ocupar un lugar particular en el sistema mundial, y la crisis económica podría servir como preludio de conmociones mundiales.

Este es también el resultado de las políticas aplicadas bajo las directrices del FMI. El FMI se propuso incorporar a Rusia -con sus autoridades corruptas y su disoluta burguesía lumpen- al sistema mundial, y a cualquier precio. Los bancos internacionales obtuvieron lo que querían.

En junio, cuando la inevitable devaluación era obvia para cualquier comerciante callejero de Moscú, los voceros oficiales y los burócratas financieros internacionales hablaban de la victoria sobre la crisis. En un país al borde del hambre, se vertieron millones de dólares en el "apoyo a la moneda nacional". El final fue un fracaso humillante. El rublo cayó.

La estabilidad del rublo era una prueba de que el camino que se había seguido era correcto, más allá de todo. Hace aproximadamente un año la prensa occidental estaba llena de profecías del futuro éxito de Rusia. Un economista incluso publicó un libro titulado The Coming Russian Boom (El inminente auge ruso). En realidad, ni siquiera los autores de esas predicciones las creían. Tales pronósticos son como aspirinas: no hacen ningún efecto a largo plazo pero alivian en lo inmediato el dolor. Cuando se usan persistentemente, los medicamentos que alivian el dolor se hacen cada vez menos efectivos. Con la devaluación del rublo, esos métodos de psicoterapia colectiva tendrán que ser abandonados por un tiempo.

Los recursos financieros disponibles mermarán y aumentará la demanda de créditos de rescate por parte de los clientes del FMI. Los recursos de las instituciones financieras internacionales no son ilimitados. Podría suceder que defender "posiciones débiles" en la periferia provoque la pérdida de algo importante en el "centro". Europa tiene su propio potencial de explosión social; alcanza con mirar a la frontera oriental de Alemania. Tampoco queda claro cómo seguirán las cosas con la moneda europea unificada.

Las crecientes dificultades del FMI inevitablemente despiertan una cierta alegría maliciosa entre los rusos. Pero la situación no hará las cosas más fáciles para nosotros. Para escapar del actual callejón sin salida, tenemos que reconocer nuestra posición en el mundo moderno, nuestras posibilidades y nuestra responsabilidad mundial. Y tenemos que aprender, de una vez por todas, a adoptar decisiones de manera independiente. Aún cuando esas decisiones sean muy penosas.

Hay una cosa que necesitamos de Occidente ahora: que nos dejen en paz. Necesitamos que deje de imponer políticas económicas que son nefastas para nosotros, mientras usan el pretexto de que nos están ofreciendo ayuda. El dinero que se envió para apoyar a Yeltsin pudo haber tenido un destino mucho mejor, para crear puestos de trabajo en Europa y América, para ayudar a los países más pobres y para resolver problemas ambientales. Pero los banqueros internacionales nunca van a dar dinero para esos propósitos.


Boris Kagarlitsky es asesor de la Duma (parlamento) de Rusia e investigador del Instituto de Estudios Políticos Comparatisvos, de la Academia de Ciencias de Rusia.

Este artículo fue publicado en el boletín electrónico Focus on Trade Nº 29, setiembre de 1998, producido por Focus on the Global South, un programa autónomo de investigación y acción política del Instituto de Investigación Social de la Universidad Chulalongkorn, con sede en Bangkok, Tailandia.


 

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